21.2.07

El Terror de las Chicas de Jerry Lewis


Dirección: Jerry Lewis
Guión: Jerry Lewis & Bill Richmond
País: USA
Año: 1961
Duración: 106 min.
Interpretación: Jerry Lewis, Helen Traubel, Kathleen Freeman, Hope Holiday, George Raft, Pat Stanley, Jack Kruschen, Doodles Weaver
Producción: Paramount Pictures
Fotografía: W. Wallace Kelley
Montaje: Stanley E. Johnson
Música: Walter Scharf

Un largo travelling lateral sigue el desarrollo de una cadena de accidentes protagonizados por transeúntes y ligados por una arbitraria ley de causa-efecto. Finalmente, un técnico ocupado en la reparación de la red eléctrica, se zarandea en su alta escalera. Su aparatosa caída, se convertirá en la excusa utilizada por la cámara para fijarse en el cartel de la escuela de nuestro protagonista, proporcionándonos un plano de presentación similar al de una película cualquiera. Este original arranque (original por su gratuidad) se convierte en el mejor preludio de la narrativa anárquica que se desatará en El terror de las chicas (The Ladies’ Man, 1961), segundo film dirigido por el cómico Jerry Lewis.

El mismo día de su graduación, Herbert (interpretado por el propio Lewis) descubre a su enamorada besándose con otro chico. Desengañado de las relaciones sentimentales, decide empezar una nueva vida de soltero buscando trabajo. Por ironías del destino se convertirá en empleado de una inmensa residencia para señoritas. Allí, su torpeza natural no tardará en meterle en problemas, desencadenando un seguido de situaciones dispares que nos provocarán la risa.
Sin embargo, la comicidad de las escenas protagonizadas por el estúpido y bondadoso personaje, no sería tal sin la mise en scène de Lewis director. Sobrepasando la mera puesta en imágenes de gags literarios, el cineasta convierte la gran residencia, a través de planos generales que evidencian su condición de decorado (pues se nos muestra el edificio en sección…), en una gran casa de muñecas. Los colores saturados de los vestidos y la decoración, cercanos al de los dibujos animados, se convertirán en el primer indicio de la falta de realismo de la aupuesta formal de Lewis. No obstante, será el creciente surrealismo de las situaciones (véase, a modo de ejemplo, la escena en la que a Herbert se le escapan volando los ejemplares de una colección de mariposas disecadas) el que dotará la historia de una atmósfera onírica en la que todo se nos antojará posible. De este modo, Lewis el cineasta convierte la residencia femenina en un marco ideal donde liberar su imaginación y llevar a cabo un sinfín de experimentos narrativos. Pese a creernos conocedores del espacio, lo que se esconde detrás de las puertas nos deparará más de una sorpresa. Siempre en búsqueda de la risa, el desbordante ingenio de Lewis cristalizará en numerosos gags construidos, a menudo, sobre la naturaleza del propio medio cinematográfico. Así, uno de los momentos más ingeniosos lo protagonizará una de las chicas, al interpretar, desde la cama con un trombón, la música de presentación de la escena matinal que en un principio nos pareció extradiegética. Del mismo modo, el cineasta ironizará sobre la condición rematadamente torpe de Herbert, al hacerle dejar caer intencionadamente la última figura de cristal que queda en pie, mientras aún se está disculpando de todas las que ha roto sin querer. El espectador no podrá evitar reírse ante semejante desenfreno inventivo que ni tan solo respetará las convenciones del propio marco de enunciación.

Sin embargo, la narración al servicio del chiste acaba convirtiendo la película en un conjunto de escenas que son un fin en sí mismas y que, por acumulación, pueden resultar cansinas. La falta de tramas desarrolladas acabará poniendo en jaque la paciencia del espectador, quien irá perdiendo progresivamente su capacidad de sorpresa, y hará poco menos que incomprensible la escena final protagonizada por la bondadosa Fay. El discurso que esta hará a sus compañeras, convertido en un incongruente intento de cerrar la narración anárquica con un final con moralina, nos parecerá ridículo. Sin embargo, la sabia decisión de Lewis de respetar la continuidad, como haya hecho en otros grandes momentos del film (por ejemplo, la escena en la que el protagonista hunde el sombrero a George "Scarface" Ralt), en el momento en que Herbert finge repetidamente querer marchar de la residencia para que las chicas se le tiren a los pies, hará que el espectador se enternezca de nuevo con el ingenuo personaje y recuerde los méritos del cineasta: En vista de la total libertad con la que Jerry Lewis hace suyo el dispositivo cinematográfico, sin ningún miedo a quebrantar las leyes del modo de representación establecido, no es de extrañar que alguien como Jean-Luc Godard haya hablado de él como una de sus grandes influencias.