10.12.06

Lilith de Robert Rossen

Dirección: Robert Rossen
Guión: Robert Rossen (adaptación de la novela de J.R. Salamanca)
Año: 1964
Duración: 114 min.
Interpretación: Warren Beatty (Vincent Bruce), Jean Seberg (Lilith Arthur), Peter Fonda (Stephen Evshevsky), Kim Hunter (Dra. Bea Bride), Anne Meacham (Yvonne Meaghan), Jessica Walter (Laura), Gene Hackman (Norman), James Patterson (Dr. Lavrier), Robert Reilly (Bob Clayfield)
Producción: Robert Rossen
Fotografía: Eugene Schüfftan
Montaje: Aram Avakian
Música: Kenyon Hopkins

Dos años antes de su temprana muerte por diabetes, Robert Rossen firmaría la que sería su última película: Lilith. Cuatro décadas después de su estreno, su complejidad dramática y su lirismo llegan a nosotros intactos, con la misma capacidad de cuestionar al espectador.

Vincent Bruce (Warren Beatty), un joven excombatiente, regresa a Maryland, su ciudad natal, con la intención de trabajar en Poplar Lodge, un centro psiquiátrico cercano. Su predisposición a ayudar hará que los responsables del centro no duden en aceptarle entre su plantilla. No tardará en fijarse en Lilith, una bella e inteligente enferma que ha construido a su alrededor un mundo imaginario, con un lenguaje y una lógica propias.
Desde el inicio, gracias a la puesta en escena de Rossen, el espectador también siente curiosidad por Lilith: primero sin ver su aspecto, se nos mostrará a la interna vigilando desde la ventana los movimientos de Vincent, y no será hasta unos minutos después, tras oír hablar mucho de ella y haber avivado nuestros deseos de conocerla, que, en el primer intercambio de palabras con Vincent, Robert Rossen nos regalará un plano cerrado de su rostro angelical. A través de su belleza y de una especial sensibilidad que le lleva a contemplar, sin descanso, los destellos de luz en el fluir del río, Lilith se convertirá ante nuestros ojos y los de Vincent, en una suerte de ninfa o semidiosa que vive en armonía con la naturaleza. No será hasta que ella escupa desde el puente, provocando las risas de los compañeros del centro, que se nos sacará de nuestra ensoñación y se nos devolverá a la realidad. Sin embargo, Vincent quedará cautivado por Lilith y se las apañará, convenciendo a los responsables del psiquiátrico, para pasar el mayor tiempo posible con ella. A su lado, conseguirá olvidar los fantasmas que le torturan, como la muerte de su madre o los recuerdos de guerra, y se contagiará de su alegría de vivir. Así, pese a haberla rechazado una vez por su condición de cuidador, pasará por alto sus principios y se entregará al goce que le propone Lilith: tras ser coronados como reyes medievales, en una escena que simboliza el acercamiento definitivo al mundo de la bella enferma, se consumará el deseo de ambos. Enmarcándolo en la naturaleza y relacionándolo con los destellos de luz en el agua, el sexo que tendrá la pareja será mostrado por el director como algo sublime, eterno y a la vez fugaz.
Sin embargo, Vincent, definido por la propia Lilith como un “adorador del dolor”, no se conformará con el amor que le ofrece la joven y enfurecerá al descubrir que mantiene relaciones sexuales con Mrs.Yvonne (Anne Meacham), otra interna. Incapaz de aceptar el hecho de no poseer a Lilith en exclusiva, enloquecerá por los celos. Su instinto más destructivo aflorará acabando con lo que tanto anhela poseer. Tras el terrible desenlace, tan solo podrá volver al psiquiátrico como un enfermo más.

Con este desesperanzado final, Robert Rossen cerrará su filmografía. El director, quien fuera vapuleado por el poder de su propio país ante la alarma comunista, define el imperativo moral, expresión del deseo de poder, como el cáncer de la humanidad. Para Rossen, es el propio ser humano en su afán de poseer (en este caso, de poseerse a sí mismo) el que se impone una férrea moral que rija su vida. A juzgar por la historia de Vincent, así como la de su amiga casada (menos desarrollada pero no por ello poco significativa), esa moral que pretende definir los límites del bien y el mal, capaz de delimitar la locura, punificar el sexo o enviar a uno a la guerra, tan solo causa frustración al hombre y lo acarrea de remordimientos. A todo ello, el cineasta norteamericano antepone a Lilith, poseedora de una moral permeable y caracterizada por su bondad natural. Con una puesta en escena que trata con amabilidad el mundo personal de la joven enferma (los detalles de los destellos de luz, así como el travelling que sigue el reflejo de la pareja en el agua, delatan la voluntad del cineasta de estar próximo a ella) será a través de su martirio en manos de Vincent que Robert Rossen hará llegar su profundo legado al espectador: como dice Mrs.Yvonne en un momento de gran lucidez “los principios deben ser examinados constantemente”.
[+/-] Seguir Leyendo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

right on! keep on going with your work. you´ll be grand!

sss later!